Con el nacimiento de Cristina y mi
incorporación al trabajo hemos vuelto a usar el fular a diario.
Recuerdo que con Sara siempre me había gustado usarlo, sobre todo
cuando era muy pequeña porque íbamos muy contentas las dos. Ahora
con Cristina estoy volviendo a experimentar esa misma sensación de
intimidad.
Me gusta descubrir las caras que nos
miran, abuelas nostálgicas que sin reparos miran y se acercan hasta
sacar una sonrisa a mi pequeña. Señoras que se sorprenden y me
preguntan “pero que llevas ahí ¿un bebé?”. Jovencitas
con instinto maternal u hormonas alteradas que se ríen con timidez y
miran poniendo a continuación cara de “¡Es un bebé...!”,
incluso se atreven a sacar el móvil y fotografiarnos sin vergüenza.
Madre e hija que observándome con la niña en el fular se preguntan
si irá ahí bien la criatura, ante estas situaciónes le pregunto
siempre a Cristina que me mira bien cerquita de mi corazón y esconde
su mirada tímida entre mis pechos o sino a Sara que siempre quiere
cambiarse por Cristina si le damos la opción. Pero lo que más me
está gustando es ver a los hombres también enternecidos, un día
volvió la cara un heavy metal con cueros que asomó una sonrisa
entre sus pelos largos.
¡Mira...!¡Mira...!¡Mira...!
oigo a mi alrededor con mi niña cerquita, es precioso, Cristina y yo
vamos provocando ternura por doquier.