Recuerdo con mucho cariño la cantidad de juegos a los que he jugado en la calle siendo niño, y no tan niño, empezando por los clásicos “rescate” (o polis y cacos), “pilla pilla” o el escondite; pero todavía recuerdo muchos más: la olla, churro, liebre, la sardina enlatada, el pañuelo, las cuatro esquinas, cortahilos, bulldog, el escondite inglés, la rayuela, balón prisionero, pies quietos, “stop”, el clavo, la comba, las chapas, las canicas y la peonza, además de las distintas variantes con balón de fútbol: un bote, bote botero, un “fusi”, tres botes o bancos.
Me temo que muchos de ellos habrán caído ya en el olvido, perdida la transmisión entre generaciones, ya que ahora los juegos más conocidos se llaman Wii, PSP, Playstation, XBox...
A parte de que yo pueda ser un nostálgico y me dé pena que se puedan olvidar, creo que el valor y la utilidad de tantos juegos es suficiente para que sea importante hacer un esfuerzo por mantenerlos, con la ayuda de los padres y quizás desde la escuela. Son muchas y variadas las cualidades que se desarrollan con todos estos juegos, como muy bien se detallan en el artículo “Juegos populares, la cultura autóctona del juego”.
Actualmente, parece que el juego estuviera enfocado a tener al niño entretenido, a veces casi diría que “aparcado”, cuando en realidad el juego es fundamental en el desarrollo de los niños: sus aptitudes físicas, su inteligencia emocional, su creatividad, su imaginación, su capacidad intelectual y sus habilidades sociales, como explica Isabel F. del Castillo en su artículo sobre “Juego infantil e inteligencia”.
Por mi parte, espero dejar el tiempo libre necesario y buscar el espacio adecuado, que tampoco es fácil, para que Sara pueda correr y jugar como pude hacer yo en su momento. ¿Creéis que los niños tienen espacios para jugar y desarrollar su creatividad? ¿Recordáis juegos diferentes a los que he enumerado?