viernes, 7 de mayo de 2010

Aferrándose a la vida

Era nuestra primera noche en casa con Sara, y todavía no contaba con 3 días de vida; fue al levantarla del moisés cuando, tras una primera tos de atragantamiento, continuó con la respiración entrecortada, doblando violentamente el cuerpo hacia atrás, sin abrir los ojos y sin ser capaz de romper a llorar. El informe del hospital decía así:

“A los 2 días y 20 horas de vida, al despertarla para darle la toma, refieren los padres un episodio de hiperextensión de cuello y tronco, con polipnea y cambio de coloración facial, de pocos minutos de duración.”


Bueno, en realidad nosotros dijimos que habían sido más de 5 minutos, pero no se lo creyeron. Lo cierto es que se nos hizo un mundo, pero nos costaba precisar exactamente lo que pasó. El color de la cara, que nosotros recordábamos moráceo, fue determinante para su ingreso.


Después de varios días y múltiples y diferentes pruebas, “sólo” le detectaron un Virus Respiratorio Sincitial que se manifestó como un simple resfriado, pero fue mucho lo que aprendimos en esos 5 días que compartimos fatigas.


En primer lugar, descubrimos la fortaleza que tiene un bebé recién nacido. Estamos acostumbrados a verlos acostados, casi inmóviles y no somos conscientes de la fuerza y las capacidades que tienen ya, del desarrollo que han realizado durante los 9 meses de vida intrauterina.


También nos impresionó su capacidad de defenderse y de luchar por la vida. No podemos saber lo que ella sintió dentro de sí, pero lo que vimos claro fue que ella sola descubrió lo que le estaba pasando, y ella sola fue capaz de salir adelante, mientras yo la mantenía en brazos y le hablaba, pero absolutamente incapaz de hacer nada para ayudarla.


Creo sinceramente que este episodio cambió mi forma de ver a Sara y ha condicionado mi relación con ella y la manera de tratarla: para mi ella es una personita, como cualquiera de nosotros pero más chiquita. Sé que entiende más de lo que parece y de lo que puede expresar; sé que tiene capacidades que no desarrolla mientras piensa que no las necesita, como las primeras palabras, gatear o andar, pero hay que respetar a que ella quiera hacerlo; y me lleva a ser exigente con ella, porque veo que ella responde, siempre según sus propios ritmos. Y muy importante también, me doy cuenta de que más a menudo de lo que nos creemos sabe lo que quiere, sabe mejor que nosotros lo que necesita y lo manifiesta como puede, lo que me lleva a estar atento a sus necesidades.


Así que quiero animar a todos los padres, aunque no hayan vivido una experiencia de este tipo, a confiar en estas personitas y dejarles que experimenten y descubran, en vez de verlos y tratarlos como muñecos de bebés, a escucharles y responder a sus necesidades, porque si lloran es que algo les pasa.

1 comentario:

  1. Aunque parezca que apenas hacen nada en esta época son pequeñas esponjitas que aprenden todo!! Impresiona de lo que son capaces, y lo inteligentes que son desde pequeños...tenéis toda la razón, hay que tratarles como las personas que son y estar atentos a lo que necesitan...

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