sábado, 3 de diciembre de 2011

Lección de generosidad


La semana pasada me volvió a pasar, una vez más, Sara me dejó de piedra, me dejó seco, sin saber si reír de alegría o llorar de emoción, dándome una nueva lección y recordándome cuánto tenemos que aprender de los niños.


La escena era muy sencilla, habíamos vuelto a casa y Sara iba a merendar; se estaba bebiendo la leche, pero le apetecían más unos Aspitos que no tenía muy claro de donde habían llegado.


Como Sara bebe poca leche y no le quedaba mucha, le dije que cuando se acabara la leche se podía comer uno; ella se quejaba y decía que no bebía y que se lo diera, pero yo le insistía en que se bebiera primero la leche o no había Aspitos; ella lo volvió a intentar pero me vio que yo estaba firme y que no se lo iba a dar. Cuando parecía que la situación se iba a complicar e íbamos a acabar ambos enfadados, pensó un instante, cogió la taza, y se bebió la leche de un sorbo.


  • Muy bien, Sara, ves qué rápido te lo has bebido, toma, ya te lo puedes comer.


Y le di el Aspito; y ella empezó a saborearlo, a morderlo poco a poco y a disfrutarlo. Tanto le gustaba que de nuevo se paró, me miró y me dijo:


  • ¿Quieres, papá?


  • No, gracias, cariño – le dije, cuando en realidad pensaba – tienes un corazón grande y generoso, Sara.